martes, 24 de julio de 2012

Pastor Otoniel Font-Pide, No Seas Escaso


Hemos estado estudiando la oración de Jabes. Vimos que él ya era un hombre bendecido, y lo que él le estaba pidiendo a Dios era que lo llevara a un nuevo nivel de bendición, cuando dijo: Si me bendijeras.
Jabes siguió orando: Si ensancharas mi territorio. La oración de mucha gente en la iglesia hoy día es: Señor, llévanos de aquí. Jabes decía: Dame más aquí.
En Éxodo 34:24, en adelante, está hablando de las fiestas anuales. Este era un tiempo en que el pueblo se presentaba delante de Dios, ofrendaban a Dios, iban al templo, ofrecían sacrificios. Y la respuesta de Dios era arrojar a las naciones de presencia del pueblo, y ensanchar su territorio.
La promesa de Dios no era sacar al pueblo de ese lugar, sino sacar a los enemigos de allí, para que el pueblo de Dios habitara el territorio. La promesa era: Tú vas a conquistar el territorio. Y todo el que estuviera en territorio que Dios hubiese dicho que es suyo, Dios, no tan solo lo iba a sacar, sino que lo iba a arrojar.
En Deuteronomio, Dios le dice al pueblo de Israel que, cuando ellos estuvieran listos para entrar a la tierra de Israel, los gigantes y las fieras se irían. Aquellos gigantes y aquellas fieras estaban allí, porque de lo contrario, la tierra se perdería. Dios tenía a los enemigos del pueblo de Israel, cuidando la tierra que era de ellos.
No tienes por qué tener prisa, pensando que alguien se te adelantó a lo que Dios te prometió. Dios lo que está haciendo es cuidarlo, hasta que tú puedas entrar.
Tampoco puedes pensar que Dios a ti te ha dado todo el territorio. Dios te ha dado parte del territorio. No todo el mundo tiene el mismo llamado, la misma unción, ni la misma visión. Hay un territorio que Dios te ha dado a ti, y hay un territorio que Dios le ha dado a otros. Tú no puedes estar metiéndote en territorios que Dios no te entregó a ti, porque Dios no te ha prometido darte cosas que él no tiene reservadas para tu vida. Él te ha prometido que él va a arrojar enemigos de delante de ti, en el territorio que él te ha entregado a ti.
Tienes que identificar cuál es el territorio que te pertenece a ti, para entrar, y pararte firme, sabiendo que, cuando tú entres, la promesa de Dios se va a cumplir.
¿Por qué Abraham dejó la casa de su padre? Porque Dios le prometió darle su propia tierra.
Dios te ha prometido un territorio. En el libro de Santiago dice que no tienes porque no pides. ¿Y por qué la gente no pide? Porque se llaman Jabes, y piensan que sus circunstancias determinan lo que pueden tener. Lo que determina lo que tú puedes tener no es tu circunstancia, sino lo que Dios te ha prometido, y lo que tú te atreves pedir.
El problema de la gente es que no piden, o como dice Santiago, si piden, piden mal.
La biblia nos presenta la historia de una viuda que, cuando su marido muere, se presenta ante el profeta diciendo que su marido era servidor del profeta, la dejó en deuda, y los acreedores venían a quitarle sus hijos. Dos preguntas le hizo el profeta a la viuda: ¿Qué tienes en tu casa? Y: ¿Qué tú quieres que haga contigo?
La mujer tenía que escoger a cuál de las dos preguntas responder. Si respondía a la pregunta incorrecta, podía decir: Quiero que me des algo de sustento. El profeta le habría dado algo, y eso hubiera sido todo. Ella respondió a la primera pregunta: Una vasija de aceite. El profeta no dejó que contestara a la segunda. Le dijo: Ve a tu casa, ese aceite se va a multiplicar.
El problema es que se nos ha enseñado a contestar la segunda pregunta, cuando a lo que tienes que contestar es a la primera pregunta: ¿Qué tienes en tu casa, y qué Dios puede hacer con lo que hay en tu casa, y qué puede Dios hacer con lo que hay dentro de ti?
El profeta le dijo más a la viuda. Le dijo: Pide, pide vasijas, y pide muchas, no seas escasa. Porque el aceite iba a cesar, cuando ella dejara de pedir vasijas.
El problema es que las circunstancias nos hacen perder nuestra agresividad hacia lo que Dios tiene para nosotros. Y nuestros fracasos, nuestros errores, nuestro pasado, nos hacen detenernos; y comenzamos a medir, no lo que Dios puede hacer, sino lo que nosotros podemos hacer.
En Isaías 54, Dios dice: Ensancha el sitio de tu tierra, y alarga tus cuerdas. 


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